El origen de esta curiosa expresión, que se suele utilizar con cierta ironía cuando se hace ostentación de riqueza o derroche, se remonta a principios del siglo XIX, y nació en Candelario, un pueblo de la provincia de Salamanca famoso por la calidad de sus embutidos y por el festejo del “Día de la Candelaria” cada 2 de febrero. En este pueblo, vivía el mejor fabricante de embutidos del lugar cuyo nombre era Constantino Rico, alias "El choricero" o "Tío Rico". Era tal la fama de la que gozaba que fue inmortalizado por el pintor Ramón Bayeu, cuñado de Goya, en un tapiz que hoy en día se exhibe en el Museo del Prado y que es la obra con la que se ilustra esta entrada.
“El choricero” tenía montada en la planta baja de sus casa una pequeña fábrica en la que trabajaban varias empleadas. Todos los que trabajamos en la cocina o en labores parecidas sabemos que en determinados momentos una no puede dejar ni un instante lo que está haciendo, así, un día, no se sabe bien porque, apareció un perrito por la sala de embutir y resultando evidente el revuelo que podría causar un perro rodeado de todos aquellos embutidos se hizo necesario buscar una solución, y no pudiendo perder tiempo en echarlo por estar en plena faena, a una de las empleadas no se le ocurrió otra cosa, que utilizando lo que tenía más a mano, atar el perro a la pata de un banco con la ristra de longaniza que estaba embutiendo en ese momento. Al poco tiempo entró un muchacho, hijo de otra de las trabajadoras, a dar un recado a su madre y presenció boquiabierto la escena, e inmediatamente se encargó de divulgar la noticia de que en casa del "tío Rico" "se ataban los perros con longaniza".
La expresión, resultó tan afortunada, que tuvo pronta aceptación en todo el pueblo, para generalizarse posteriormente y difundirse por todo el País.
“El choricero” tenía montada en la planta baja de sus casa una pequeña fábrica en la que trabajaban varias empleadas. Todos los que trabajamos en la cocina o en labores parecidas sabemos que en determinados momentos una no puede dejar ni un instante lo que está haciendo, así, un día, no se sabe bien porque, apareció un perrito por la sala de embutir y resultando evidente el revuelo que podría causar un perro rodeado de todos aquellos embutidos se hizo necesario buscar una solución, y no pudiendo perder tiempo en echarlo por estar en plena faena, a una de las empleadas no se le ocurrió otra cosa, que utilizando lo que tenía más a mano, atar el perro a la pata de un banco con la ristra de longaniza que estaba embutiendo en ese momento. Al poco tiempo entró un muchacho, hijo de otra de las trabajadoras, a dar un recado a su madre y presenció boquiabierto la escena, e inmediatamente se encargó de divulgar la noticia de que en casa del "tío Rico" "se ataban los perros con longaniza".
La expresión, resultó tan afortunada, que tuvo pronta aceptación en todo el pueblo, para generalizarse posteriormente y difundirse por todo el País.