“Una comida sin postre es como un traje sin corbata”
Eso es al menos lo que mantenía el famoso restaurador francés Fernand Point (1897-1955), una idea que viene que ni pintada para ilustrar una anécdota ocurrida a la hermana de otro famoso de la cocina gala, el gastrónomo Anthelme Brillant Savarin. Resulta que encontrándose esta buena mujer a punto de cumplir los cien años, todavía no se había rendido a la evidencia de que la frugalidad en las comidas es una buena medida al llegar a determinadas edades. Suponemos que siendo hermana de quien era, tendría una propensión natural a disfrutar de los placeres que ofrece una buena mesa y en cierta ocasión, se decidió a darse un "homenaje" a base de numerosas ostras. La cosa no tuvo que ser precisamente escasa cuando la anciana empezó a notarse síntomas inequívocos de alarma, su rostro estaba congestionado y su respiración se hacía difícil, y claro cuando uno tiene cerca de cien años, la posibilidad de la muerte es una idea familiar y cercana; ell caso es que ella se supo en sus últimos momentos y sabedora de las delicias que esperaban todavía en la cocina grito con urgencia a la sirvienta:
"Pronto, date prisa muchacha, me queda poco, tráeme los postres..."
Ni que decir tiene que fue una muerte de lo más dulce.
Eso es al menos lo que mantenía el famoso restaurador francés Fernand Point (1897-1955), una idea que viene que ni pintada para ilustrar una anécdota ocurrida a la hermana de otro famoso de la cocina gala, el gastrónomo Anthelme Brillant Savarin. Resulta que encontrándose esta buena mujer a punto de cumplir los cien años, todavía no se había rendido a la evidencia de que la frugalidad en las comidas es una buena medida al llegar a determinadas edades. Suponemos que siendo hermana de quien era, tendría una propensión natural a disfrutar de los placeres que ofrece una buena mesa y en cierta ocasión, se decidió a darse un "homenaje" a base de numerosas ostras. La cosa no tuvo que ser precisamente escasa cuando la anciana empezó a notarse síntomas inequívocos de alarma, su rostro estaba congestionado y su respiración se hacía difícil, y claro cuando uno tiene cerca de cien años, la posibilidad de la muerte es una idea familiar y cercana; ell caso es que ella se supo en sus últimos momentos y sabedora de las delicias que esperaban todavía en la cocina grito con urgencia a la sirvienta:
"Pronto, date prisa muchacha, me queda poco, tráeme los postres..."
Ni que decir tiene que fue una muerte de lo más dulce.