miércoles, 13 de agosto de 2014

Rosetas de pan

Era la última hornada del día y ya tocaba descansar. Braulio había absorbido todo el mundo del pan desde que nació, pues vivía en la planta superior de lo que era el negocio familiar, la Panadería  "El Buen Pan". Su despertador era de lo más singular, no hacía trabajar a su oído sino a su olfato, que día a día desarrolló gracias al embriagador aroma que subía todas las mañanas hasta su habitación. El aroma del pan recién horneado.

Su padre había heredado el negocio de su abuelo Tomás, el cual tras recibir una pensión vitalicia por minusvalía tras la guerra civil, decidió instalar la panadería en una céntrica calle de Barcelona y que ahora tras los años, él mismo regentaba.

Braulio, no podía describir el placer que encontraba cada vez que metía las manos en la masa. Todos sus sentidos despertaban y era guiado por ellos a un viaje de placeres que dejaba aparcado al instante cualquier otro pensamiento. Comenzaba la creación, sentía vida en todo su ser y ésta era transmitida a la propia masa, la cual parecía entrar en simbiosis con él y daba como resultado el mejor y más exquisito de los panes.

Entre sus clientes habituales se encontraba Ana, una bellísima mujer que iluminaba la estancia cuando aparecía y siempre le era grato atenderla. Pero Braulio observó, que de un tiempo a esta parte su rostro se presentaba sombrío, la luz que irradiaba había desaparecido y en su lugar sólo reflejaba pesadumbre.


-¡Buenos días! ¿el pan de siempre?

-No, sólo dame un "payés"

-¿No va a llevar las "rosetas" para la niña?
-
¿Las "rosetas"?...llevo un mes tirándolas muy a mi pesar

Braulio notó que se le quebraba la voz y afloraban lágrimas a sus ojos


-Ana, ¿qué le pasa? ... ¿puedo ayudarla?
Y como si de una erupción se tratase, de forma violenta y desgarrada, todo el ser de Ana gritó:

-¡Estoy desesperada! Mi hija desde que su padre murió se ha negado a comer, entra y sale del hospital y no me permite ayudarla. Ha decidido dejarse ir hasta un mundo donde no puedo alcanzarla.

Al ver el mar de lágrimas y desesperación en que se encontraba Ana, el panadero, acudió a ella tras el mostrador y la abrazó con infinitos deseos de reconfortarla.


En esto, recordó que él cuando más vivo se sentía era cuando elaboraba el pan y le propuso a Ana, algo más recuperada, invitar a su hija a hacer pan con ella.


-Enamórale los sentidos, hazle estar orgullosa de algo creado por sí misma. Envuelve tu casa con el aroma del pan recién hecho y en breve acudirá de una forma hipnótica a averiguar de dónde procede. Entonces será el momento de hacerla participar.

Un atisbo de ilusión asomó a los ojos de Ana, y llevándose consigo la receta del pan preferido de su hija, se dispuso a poner el plan en práctica.

Después de tres días horneando "rosetas", Ana tuvo que atender una llamada en mitad del amasado, cuando volvió a la cocina, rompió a llorar de alegría y gratitud ¡su hija tenía las manos en la masa!, y con una tímida sonrisa que despertaba por momentos en la cara de la niña, hizo saber a su madre que aceptaba la invitación, que había vuelto.

RECETA DE "ROSETAS" DE PAN


Ingredientes:

1 Kg. de harina de fuerza
40 g. de levadura prensada fresca
10 g. de azúcar moreno
550 ml. de agua tibia
20 g. de sal fina
100 g. de mantequilla a temperatura ambiente o margarina

PREPARACIÓN:


En un bol grande volcamos la harina, hacemos un hueco en el centro de la misma con los dedos y ponemos la levadura desgranada, el azúcar, la mantequilla blanda y la mitad el agua tibia, mezclando y uniendo los ingredientes del centro, entonces será el momento de incorporar la sal, puesto que si se pone junto a la levadura, ésta podría dañarse y no levarnos la masa. Por último echamos el resto del agua que nos quede y mezclamos todo integrando bien todo el conjunto.


Volcamos la mezcla a la mesa de trabajo un poco enharinada y amasamos hasta que quede elástica al tirar de ella. Esto nos puede ocupar unos 10 minutos. Si fuese necesario, agregaremos más harina durante el amasado, para que la masa no se nos pegue a las manos, pero con cuidado de no excedernos pues no debe quedar dura o seca.


Una vez formado el bollo, lo ponemos en el mismo bol del principio, untado con un poco de mantequilla por dentro y hasta arriba de las paredes, lo tapamos con un paño húmedo o film transparente y lo dejamos hasta ver que ha doblado su tamaño. Si en este intervalo encendemos el horno y ponemos el bol cerca, la masa subirá antes. Lo ponemos a 210ºC.


Una vez haya doblado el volumen la masa, la sacamos del bol, la desgasificamos presionándola un poco y cortamos porciones de la medida del hueco de la mano. Con ellas formamos bolas y las colocamos un tanto separadas en una bandeja de horno con papel de hornear en la base o espolvoreada con harina. Las partes menos estéticas de las bolas las ponemos boca abajo. En la superficie, le hacemos unos cortes con las tijeras, a modo de pellizcos y le ponemos un poco de mantequilla en el centro de cada una. Solo nos quedará cerrar un poco los huecos con las yemas de los dedos (para que no se pierda la mantequilla) y si gustamos de una terminación más artesanal espolvoreamos en cada una de las piezas un poco de harina. Las metemos al horno durante 15 ó 20 minutos hasta dorar un poco.


Enfriarlas sobre una rejilla y rellenarlas de jamón y queso por ejemplo (si las coméis calentitas untadas con mantequilla son una autentica delicia)


¡Bon appetit!


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